Si, cierto, querido lector, el título es una provocación. Pero no puedo dejar de admirar a ambos sujetos (Putin y Ucrania), desde la lejanía de la guerra. Putin dirige los designios de su país pensando en siglos, y el pueblo ucraniano defiende su libertad con coraje y abnegación. Fascinante, en los tiempos en los que vivimos los europeos occidentales.
En España, siento la falta de la decisión mostrada por el presidente ruso, y el altruismo del ciudadano ucraniano.
Nuestros dirigentes sólo saben pensar en términos electorales, a muy corto plazo. Y cuando existe la necesidad de tomar una decisión, se sacuden pronto la responsabilidad. Como hizo Rajoy frente a los independentistas, o Sánchez frente a Marruecos.
Ante el desmadre de los independentistas catalanes, el gobierno español se limitó a presentar, en el Tribunal Constitucional, peticiones de suspensión de efectos o nulidad de normas. Un problema evidentemente político, se judicializó de forma que las decisiones políticas se sustituían por resoluciones judiciales. Era el Tribunal Constitucional quien resolvía, y la policía quien ejecutaba los fallos. El proceso independentista, que fue un proceso político, no fue paralizado por una decisión política del gobierno, sino por los tribunales.
Rajoy sólo aplicó el art. 156 de la Constitución tras la declaración de independencia, limitándose a disolver el Parlamento catalán y volver a convocar elecciones, con lo que el problema, lejos de solucionarse, se ha enquistado. Momentáneamente, el independentismo pierde fuelle porque se están pegando entre los diferentes impulsores. Pero no hay un remedio contra la enfermedad, sólo se ha puesto una tirita hasta que la herida vuelva a supurar.
¿Cuál hubiera sido la decisión necesaria? En cuanto se adivinó la deriva independentista, Rajoy debía haber cortado el proceso mediante la utilización del art. 156 de la Constitución, de forma que no se aprobaran normas ni se impulsaran referéndums. En paralelo, tenía que haber presentado una reforma constitucional que revertiera la adhesión al independentismo, a través de la educación, la prohibición de partidos secesionistas y del control de los medios de comunicación de la Generalitat.
Como en política no hay vacío, la ausencia de decisión en el gobierno fue sustituida por la de los independentistas, por lo que los atónitos españoles tuvimos de sufrir la infamia de la aprobación por el Parlamento de Cataluña de las normas de transición a la independencia, la convocatoria de un referéndum, la instalación de urnas y la violencia contra nuestras fuerzas de seguridad, dejándose en evidencia a España ante la comunidad internacional.
Por ello necesitamos un Putin en España. Alguien que sepa tomar decisiones pensando en el futuro político de su país, para cimentarlo por los próximos siglos. A alguien que lidere, que levante el espíritu español y el entusiasmo por España. Alguien que nos sitúe en el concierto de naciones en el nivel que nos corresponde.
Consciente de que el mundo anglosajón jamás consentirá un eje París-Berlín-Moscú, y que se ha mantenido una OTAN que tiene como causa de justificación ir tejiendo una red de países antirrusos, para impedir aquella colaboración, Putin tomó una decisión: Ucrania no formará parte de los enemigos de Rusia, y si lo es, entonces la costa del Mar Negro hasta el Dniepper será rusa y no ucraniana.
Toma decisiones, igual que hicieron los anglosajones en todos los rincones de este mundo, estuvieran o no de acuerdo sus moradores. Por ello, en la política internacional predominan los USA y sus satélites. Porque los presidentes americanos han sabido tomar muchas decisiones en los momentos más delicados de la historia.
Por otro lado, el pueblo español, a diferencia del ucraniano, está completamente adormecido. En otros momentos históricos, el pueblo, ante unas élites degradadas, supo levantarse enérgicamente, al punto de cambiar la política del país. En la actualidad, parecemos todos anestesiados. Los independentistas nos torean, el gobierno marroquí nos reta, la corrupción acampa por sus respetos, la familia se destruye, la natalidad se desploma, el país se desindustrializa, perdemos soberanía… gracias a unos políticos que… elegimos periódicamente. ¿Por qué?
Quizás (y sólo quizás) la irrupción de VOX en el panorama político ponga de relieve que algo está cambiando en el pueblo español. Que el PP y el PSOE, que actúan como una especie de Obispo Oppas a favor de la alta finanza internacional, se perpetúen en el gobierno de España y sus instituciones autónomas, es algo más que sorprendente a la vista de los resultados de su gestión: paro endémico, destrucción del sector primario y secundario, corrupción, inmigración descontroladas y sustitución de la población, conflicto civil, etc, etc. ¿No tiene nada que decir nuestro pueblo que vuelve a votar a los mismos? ¿Es VOX un punto de inflexión en el que el pueblo español empieza a despertar del letargo?
¡Ojalá sea así! Es posible que la solución no sea VOX, pero sí es una muestra de una reacción popular, como la del pueblo ucraniano, que ha cerrado filas con su ejército y con su futuro para sostener la independencia de su país de las injerencias extranjeras. Un pueblo valiente, decidido, comprometido, capaz de aceptar los retos que exige la libertad, en un mundo polarizado entre anglosajones (y sus clientes) y el eje Moscú-Pekín (y sus parroquianos).